jueves, 5 de septiembre de 2019 | | 0 comentarios

Cuando la publicidad trabaja para otro no esperado


jueves, 15 de agosto de 2019 | | 0 comentarios

Pérez, a la orilla o se van todos a la mierda!

Cuando Pérez me vio en la calle, inmediatamente se me abalanzó para detener mi marcha segura hacia las escaleras del metro. -"González!"- me dijo casi al oído tomándome por el brazo. Yo asustado más que valiente, casi le mando un mangazo pensando que sería alguno de estos gallos que se acercan y te roban al mismo tiempo que te sorprenden y te dejan sin defensa, cuando alcancé a dar vuelta la cabeza y a verlo por el rabillo del ojo.

"¡Pérez! conchadetumadre me asustaste huevón!" -le dije-. Es común en estas tierras que cuando uno se asusta por unos segundos y luego se afloja porque la aparente causa de pánico haya pasado, se libere una especie de rosario de chuchadas. Lo he visto con todo tipo de personas, mujeres, hombres, maricones, estudiantes, cuicos. Todo tipo de personas. Todos con el mismo rosario.

"González, -dijo Pérez-, perdió Macri por paliza!". Ahí me entraron ganas de darle la segunda tanda de puteadas. Se me acerca furtivo para decirme semejante huevada! Como si al mundo le importara algo así.  -"Y a mi que me importa"- iba a decirle, cuando me acordé que yo mismo lo había alentado a revisar la situación argentina a través de su despeñadero económico. Ahí la culpa se me vino toda encima y me di cuenta que uno a veces puede traspasar tranquilamente sus propias obsesiones a terceros. Como cuando uno convence a alguien a ver una serie en Netflix, que dejas de ver por digamos semanas por no cumplir tus expectativas y después el tipo te pregunta si viste lo que pasó con Carol, la esposa del candidato a Presidente. Y no te queda más que faltar a la verdad como un acto de expiación o de vergüenza, y dices  simplemente, "sí!".

Pérez no había cambiado su rostro de asombro en la fracción de segundos en que yo había procesado toda la alambicada culpa por meter tan de lleno a Pérez en semejante obsesión, cuando sumó a su asombrada observación de la paliza electoral la ramplona conclusión que ya se podía prever con solo escuchar su ansiosa alegría: "se viene la izquierda mierda!"

"Asombrosa conclusión, -pensé desde la orilla- es la clásica expresión de la izquierda latinoamericana que no alcanza a entender ni al peronismo ni a la extraña izquierda argentina". Justo ahí me detuve un segundo, cuando me di cuenta que estaba separando a la izquierda argentina del peronismo. Casi podía decir que era una especie de disección intuitiva, entre la manada irracional y la civilizada.

Así que me acerqué  a Pérez y le dije simplecito: "No digas huevadas Pérez, porque lo que se viene es el default, la dolarización, la gran lucha de Fernández por mantener el bozal bien amarrado a la vieja, y el plan de ajuste que les va a llevar a los argentinos hasta las amalgamas de las muelas"

Equivocado González, se viene la izquierda -insistía Pérez eufórico-. "Se viene la campora y la justicia social, el pan dulce y el aumento de las pensiones. González" -insistía eufórico, casi afiebrado-, "no todo es economía!".

Ya cansado de escuchar la cantaleta y con ganas de volver a mi casa por el cafecito con leche de la tarde no me dio más la paciencia y le dije: "Mira Pérez, cuando la economía va bien, hay espacio para la política, cuando la economía está hecha trizas, la política tiene que ocupar una orilla, o nos vamos todos a la mierda".


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Le escribì ayer a Pérez


Le escribí ayer a Pérez. Un tweet

"Primero, no me digas que la política económica de Macri fue espantosa. Lo de Macri fue pura y salvajemente un saqueo. Segundo, no me insistas que Fernández & Fernández lo van a hacer mejor, básicamente porque no tienen guita. Argentina va al default sí o sí. Y tercero, nadie en Argentina está dispuesta al sacrificio para transparentar los precios y abrir la economía de una vez al mundo. Todos siguen pensando que es mejor una economía protegida."
@gonzalez

Ni bien había terminado de subir el comentario, pensando que de una vez Pérez entendería que en Argentina la cosa no tenía vuelta atrás cuando ring, suena el teléfono. Mi Jefa!!


Yo iba a matar al pelotudo de Pérez. No sólo por cagarse en la vida de sus padres, no sólo por presentar la licencia médica. Yo iba a matarlo por confiar en la pelotudez ajena. Porque una cosa es morir con las convicciones propias que la conciencia de uno se ha hecho y otra es ir a morir por convicciones ajenas creyéndose tan machito que podría profitar de las más cretinas políticas públicas que jamás un país se imaginaría tener.


Mira que imbecilidad la de Pérez, creer que uno podría ir a una fiesta eterna sin pagar un peso. El muy tarado se creyó eso de Cristina: "Aquí nuestros ancianos, nuestros niños y nuestras familias no volverán a ver subir el precio de las facturas ni el agua ni la luz ni el gas porque son un derecho humano". Y mi abuelita también. Lo único que eso hacía era recordarme cuando Pinochet dejó el dólar a 39, "de por vida".



Si era tan obvio. Pérez, tan obvio. Si fijas los precios de mercado el resultado es la  obstaculización a la oferta socialmente necesaria, y si el bien en cuestión no tiene posibilidades de un oferente distinto, la escasez es la norma religiosa.



Ahí estaba cuando el teléfono suena de nuevo. Empezaba a ser irritante. Ring!


Ya había aprendido de una vez. Me juré que no iba a explicarle a Pérez que el no pago de intereses de las leliq era equivalente a declarar la primera forma de default, sólo que hacia adentro, y que si eso llegaba a pasar, la corrida en pesos, el alza de dólar y la consecuente hiperinflación convertirían al 20% de aumento en un chiste de mal gusto.


Yo esta vez con la boquita bien callada.


En eso estaba cuando el ruido de la puerta principal me sacó de la letanía. 




domingo, 4 de agosto de 2019 | | 0 comentarios

PUNK!

La delgadez de las viejas instituciones liberales, se afloja a cada rato por las noticias que inundan los periódicos del día. La policía ya no es, si alguna vez lo fue, ese escaparate de decencia en la calle; la iglesia no puede ni hablar contra el pecado pues su prístina pureza se mancha día tras día, la justicia, que nunca fue otra cosa que una quimera, ya ni te permite siquiera pensar en la seguridad del acto público.

Es interesante porque las instituciones son algo así como el neoprén de las sociedades modernas. Si me permite el lector, las instituciones son las que nos permiten hablar y conversar a quienes pertenecemos a tribus tan distintas, habitando esta vieja ciudad. Son la expresión más concreta y pegada al piso del contrato social. Si ellas se debilitan por tanto, nuestro contrato mutuo se debilita.

El punto es que si dejamos que el entramado de mínimos acuerdos sobre cómo vivir muera sin tener su reemplazo a mano, las formas autónomas de cada individuo reemplazarían el entramado social, transformando a la sociedad en una quimera, otorgando a quien lo quisiera el derecho de ocupar casas vacías, o robar en un almacén en medio de una manada auto convocada.

Es muy probable que nadie en su sano juicio quisiera aquello, pero está a la vuelta de tu esquina, acechando como lo hace el buen ladrón. Desde luego, las razones para su existencia no faltan. Algún lector ya estará pensando en cuál sería la diferencia entre la manada entrando de golpe al Lider, y el precio coligado del papel confort en los escaparates del Líder a plena luz del día; o la inexistencia de diferencias éticas entre un grupo anarquista de okupas en el patio de atrás de una casa y los ladronzuelos de los dueños de las farmacias que jugaban con el precio de los inhaladores para infantes que morían ahogados por el smog en Santiago.

Pues bien, el raciocinio es parcialmente correcto: no hay diferencias. Pero el hecho de que las instituciones se debiliten, es precisamente la explicación a la ocurrencia de todas esas cosas. Y atención porque cuando hablamos de la debilidad de las instituciones, no hablamos de la falsedad de la ley penal contra los abusos económicos o de la prepotencia de los generales de la república que en medio de juicios por actos de corrupción envían cartas a sus pares como lo haría el líder de alguna banda de narcotraficantes en medio de un proceso de extradición. No. Hablamos de la liquidez, de la delgadez, de la langudiciencia de las instituciones más profundas.

¿De quién son los hijos de los padres? ¿No son más hijos del la Televisión que de ellos mismos?; Las familias, consagradas como institución burguesa, ladrillo elemental de nuestra sociedad, ¿no son ahora reemplazados por una crianza colectiva sin roles evidentes en una escuela que muere a golpes? La pornografía, industria más millonaria que la industria armamentista, ¿no ha terminado de minar el rol de la virilidad y de la femineidad?. El "Estado Benefactor" que enriquece a políticos y especuladores, que a estas alturas son casi lo mismo, en el mundo entero, robando la posibilidad de la equidad aun cuando no sea más que como un sueño, ¿no debilita nuestra fe en un mundo mejor?

Los punks, ese movimiento inglés alternativo que radicalizó el sentido de la anarquía hasta hacerla  indomablemente cultural, devino en una especie de depresión generacional sin sentido, pero tuvo un punto a su favor: alertarnos acerca de lo que no vimos venir. El Punk se adelantó veinte o treinta años a los desordenes del Magreb en París de los 90; y se adelantó a esta sociedad que sin mucho sentido ha puesto en tela de juicio nuestra propia sobrevivencia.

Hace cuatro días atrás, este miércoles 31 de julio de 2019, caminaba por calle Catedral en pleno centro poniente de Santiago no importa hacia qué, cuando me crucé con dos jóvenes treinteañeras punks, vestidas de latex negro, de los pies a la cabeza. Yo vestía pulcro montgomery negro, zapatos negros y pantalón claro bajo el abrigo completamente cerrado y un jockey negro sobre mi cabeza. En la mano derecha un paragüa azul y una carpeta con un libro en la mano izquierda. Un burgués de pies a cabeza. Pocos metros antes de cruzarnos, una de ellas baja a la calle y recoge una bolsa de McDonald desde donde sacó un paquete de papas fritas, al tiempo que su amiga festejaba su suerte y su audacia. Nada podría haber sido más profundamente PUNK! Su desprecio a todo lo que yo representaba en ese momento, coronado con el rescate de la basura que mi sociedad produce y consume, en un acto que viola toda norma emanada del sentido del progreso, del buen vivir, de la vida urbana, del sentido estético, en fin de lo normal.

Cuando nos cruzamos, su indiferencia sólo comparada con la algarabía de recoger su botín desde la calle, me hizo pensar en si al final del día el Punk no es la solución, el futuro sin porvenir no puede hacer sostenible a nuestras instituciones, porque sin sueño, no hay futuro sino simple presente, en el que el deseo es el único motor de nuestras acciones. De vuelta a la selva, el Punk, manifestación más severa del anarquismo, parece menos dañino por último que enviar bombas en sobres.

sábado, 3 de agosto de 2019 | | 0 comentarios

Demos gracias a Dios que aún existen brutos y brutas en el mundo

Arturo Pérez Reverte es un escritor español moderno que cautivó mi interés con la saga del capitán Alatriste. Me llevó como de un santiamén a las lecturas que mi padre me sugería, incluyendo una maravillosa edición de Los Mosqueteros, que hasta el día de hoy amo y recuerdo. Da la casualidad de que escribe semanalmente en una revista española, y hoy encontré este artículo, cuya enseñanza es que habrá idiotas todo el tiempo contra los que luchar, gracias a Dios.

Sin más ahí va el relato.

La niña que ama Aquiles

Arturo Pérez Reverte
La historia de hoy es una historia de resistencia y de gloria. Una historia de gente que no se rinde. De padres y niños dispuestos a vender cara su piel. Y no se trata de buscar en el pasado: ocurrió hace sólo unos días en un colegio argentino; pero si imaginan ustedes otro lugar, personajes y asunto, podría ocurrir en cualquier sitio. Especialmente –y por eso me detengo en ello– también en España. En estos tiempos grises en que cualquier independencia intelectual es aplastada desde la escuela, cuando lo que se busca es igualar a todos los críos en la mediocridad penalizando la brillantez y la inteligencia, la de la niña que ama a Aquiles me parece una historia ejemplar. Me enteré de ella hace poco, por casualidad, y busqué ponerme en contacto con el padre. Lo conseguí ayer mismo. Y como me lo contó, lo cuento.
Tiene casi cinco años y la llamaremos Helena. Con hache. Sus padres son muy aficionados a la historia antigua de Grecia, y la niña ha crecido familiarizada con los mitos clásicos. Por supuesto, se trata de una criatura normal: juega con otros niños, ve dibujos animados en la tele y cosas así. Lo que pasa es que, además, sus padres le leen cuentos mitológicos y homéricos antes de dormir, ve fotos de paisajes helénicos, conoce palabras del griego antiguo y los nombres de los dioses del Olimpo, y está familiarizada con los héroes de la guerra de Troya, Teseo y el Minotauro, los trabajos de Hércules, Ulises, los Argonautas y todo el formidable repertorio, fascinante para un niño, que ofrece la cultura clásica. Por otra parte, Helena tiene unos padres responsables que cuando le cuentan esas historias procuran suavizarlas, volviéndolas adecuadas para una niña de su edad. Y en esos días de fiesta en que los críos se disfrazan, he visto fotos suyas orgullosamente vestida de hoplita griego, con casco, escudo y lanza fabricados con cartón y papel dorado.
El primer problema surgió en el colegio, cuando los niños empezaron las clases de inglés con números y nombres de animales. A Helena no se le daba bien contar en inglés, pero conocía los números del uno al siete en griego clásico. Y como todos los críos ansiosos de expresar en clase lo que saben, cuando se le preguntaba respondía con palabras griegas que la maestra no entendía. El asunto empeoró en clase de expresión, cuando al preguntar a los niños qué dibujo animado les gustaba más o qué personaje de Marvel era su favorito, Helena dijo que su héroe preferido era Aquiles. «¿Un personaje de dibujos que no conozco?», preguntó la maestra. «No, señora –respondió Helena–. Aquiles, el que luchó en Troya». Quiso saber la docente cómo una niña de cuatro años conocía a Aquiles, y ella respondió que se lo había contado su papá. La maestra fue a decírselo a la directora del centro, concluyendo ambas que seguramente la niña había visto la película Troya, ésa de Brad Pitt, con escenas sangrientas y de sexo que los menores no debían ver. De modo que citaron a sus padres con urgencia.
La reunión con la directora, que en otros tiempos habría sido aclaratoria, fue la previsible en esta época de gilipollez y de cogérsela con papel de fumar. El padre lo explicó todo con naturalidad y ahí debió quedar el asunto, pero la directora tenía ideas propias sobre la formación humanística a los cuatro años. Demasiado pronto para eso, sostenía. Además, «su hija no debe consumir mitología griega porque cuenta historias violentas que jamás existieron y pueden confundir a la niña». Dijo eso y algunas cosas más, como «los mitos no dejan enseñanzas prácticas», «el griego clásico es una lengua muerta y no le servirá a su hija en el futuro» y acabó señalando el peligro de convertir a Helena en una marginal entre sus compañeras «normales», más familiarizadas con La Patrulla Canina y Mi Pequeño Pony. 
El padre de Helena escuchó todo aquello en silencio. Y cuando hubo acabado la directora, dijo en lenguaje rigurosamente laconio: «Se necesitan dos años para aprender a hablar, pero sesenta para aprender a callar». Después se puso en pie y añadió: «Si vuelve a citarme por estas cosas, saco a mi hija del colegio y le pongo una demanda de proporciones homéricas». Y regresó a su casa, donde aquella misma noche le contó a Helena la historia de los trescientos espartanos que murieron en las Termópilas, peleando frente a un ejército inmenso, por defender la civilización occidental. Y a la mañana siguiente, como de costumbre, la llevó al colegio, saludó a la maestra y se fue al trabajo como cualquier otro día.