miércoles, 31 de octubre de 2012 | |

¿Evaluaciòn basado en estándares nacionales externos?


Los movimientos de Evaluación basados en Estándares vienen recibiendo desde hace más de una década duras críticas por sus verdaderos alcances. La mayoría de sus críticas provienen de la duda razonable acerca de su eficacia para producir cambios a nivel del aula y de la política castigadora frente a resultados, cuya consecuencia es el estrechamiento del currículo. La visión más crítica, asegura que existe una alternativa viable que no deshecha el accountability social pero que pone el énfasis en estrategias de crecimiento institucional y evaluación auténtica.
¿Existe una dicotomía real entre la evaluación auténtica y la fijación de Estándares con que se evalúan de manera externa a las unidades educativas? Este ensayo intentará demostrar que no existe contradicción entre ambos esfuerzos y que sin evaluaciones externas basadas en estándares no es posible pensar en cambios sustantivos, pero que sin una evaluación auténtica de los aprendizajes en el aula, no hay progreso.

La validez de las posturas críticas frente a los paradigmas oficiales radica en su capacidad pendular de observación; nos pone sobre una perspectiva diferente que ilumina el problema de forma novedosa y moviliza a los actores hacia nuevas decisiones. Esa es la principal validez de los autores que hemos leído hasta ahora.
La idea de que es posible pensar en un modelo alternativo que supere algunos de los problemas más visibles de la evaluación en base a estándares como el estrechamiento curricular que impulsaría la instrucción hacia el desarrollo de destrezas más básicas (Linda Darling Hamilton 2004a; P3) no sólo parece interesante sino deseable. Para quienes la promueven, esta evaluación institucional no sólo debiera dar cuenta de la eficacia de los logros de las instituciones sino además convertirse en un proceso de mejora de las propias instituciones (Bolívar 2006a; P39).
La filosofía de un sistema de evaluación institucional crítica supone una mirada integral que asuma una mirada desde lo complejo y atienda a los fines, una mirada que asuma la interdependencia  de los componentes del sistema educativo en la escuela, que no renuncie a realizar juicios de valor sobre desarrollo y resultados que alimenten la toma de decisiones a nivel local (Murillo y Román 2010a; P100). En síntesis, una evaluación institucional debiera integrar a todo el colegio en un esfuerzo por mejorar, y llegar al aula bajo la forma de una “evaluación auténtica” herramienta clave para salvar la dicotomía entre la estandarización externa y los protocolos de evaluación internas que descansan sobre la misión de las instituciones.
En ese camino, la crítica pedagógica hacia el modelo de evaluación estandarizada se profundiza pues se caracteriza como un modelo que encierra al currículo en un camino antiguo en el que los conocimientos no son más que una simple repetición, y se contrapone con una “evaluación auténtica” que en cambio, da cuenta de las nuevas competencias que el mundo actual exige a la escuela. Mientras que la evaluación estandarizada ha creado desde el modelo fordiano a las pruebas tipo test con preguntas de opción múltiple, la evaluación auténtica otorga una oportunidad al docente y al alumno para hacer un juicio de valor sobre la aplicación de conocimientos, su valoración y su movilización efectiva en la resolución de problemas. (Darling-Hammond L, Ancess, J. & B.Falk 1995a; P3).
Finalmente, la crítica más compleja por su condición ideológica, señala que el movimiento de reformas basado en estándares, se ha convertido en una teoría para la acción que empujado por las presiones del accountability alimentada por los steackholders que el mismo modelo ha creado, termina considerando que el conjunto de estándares son un medio suficiente para el cambio.

Pero aquello que parece a todas luces bueno y deseable, no aborda con suficiente claridad, las necesidades públicas de control. Todos los sistemas requieren algún tipo de control externo basado en estándares legitimados socialmente. (Radic 2011a; P1) Aún más hoy, cuando la gran tarea del sistema educativo nacional es la calidad. Sumar por tanto los resultados estandarizados de SIMCE a los sistemas de evaluación docente parece casi un mal necesario en un modelo altamente privatizado subvencionado con fondos públicos.
Es cierto que los resultados de las pruebas nacionales tienden a evaluar los conocimientos que parecen obedecer a una racionalidad técnica instrumental dejando afuera un cúmulo de conocimientos y competencias blandas, pero no es menos cierto que son esos instrumentos los que permiten rendir cuentas públicas a la nación sobre las tareas prioritarias de las políticas públicas.
Por otro lado, las pruebas estandarizadas nacionales han comenzado a otorgar un cúmulo de información que permiten un nivel cada vez más sofisticado de análisis: la prueba más reciente de aquello es el intento por masificar el análisis de adhesión de capital cultural. Toda esa información concierne en primer lugar a cada escuela y es tarea de la gestión escolar sumarla a los esfuerzos de una “evaluación auténtica” para producir cambios en el aula.
Paradójicamente  es probable que la mejor prueba de su utilidad esté en el reclamo de quienes son sus usuarios. En esa lógica cabe preguntarse, ¿habría marchas estudiantiles exigiendo un modelo público y de calidad si no tuviéramos un sistema de medición estandarizada? Probablemente no las habría, porque en un país cuyo desafío es levantar la calidad a nivel nacional, la evidencia empírica que demuestran las pruebas estandarizadas sobre las competencias básicas que un alumno debe dominar, sólo es obtenida a través de esos instrumentos estandarizados que nos señala el lugar en donde estamos.
Finalmente, el problema de la evaluación es en primer lugar una cuestión que desafía permanentemente a la escuela, pero lo hace también al país y a sus políticas públicas. A un nivel, la propuesta de una evaluación auténtica que se oriente a la autoevaluación de la escuela centrada en su misión como organización social parece una premisa correcta porque además supone un camino directo y limpio hacia el aula, la usina de las competencias que el mundo real requiere de sus alumnos y alumnas. A un nivel macro, sin embargo, desestimar las evaluaciones estandarizadas en base a estándares socialmente aceptados parece arriesgado porque obligaría al Estado a tomar decisiones a ciegas y porque permitiría que las falencias del sistema permanecieran silenciadas para las familias y los alumnas y alumnas.
Una propuesta balanceada de evaluación del sistema enfocada a la obtención de estándares de calidad global y sistémica debiera caminar de la mano con los estándares nacionales y la evaluación auténtica institucional.


Bibliografía
Bolívar Antonio (2006),  Evaluación institucional: entre el rendimiento de cuentas y la mejora interna, Gest. Ação, Salvador, v.9, n.1,  jan./abr.

Darling-Hammond, L., Ancess, J. & B.Falk (1995). Authentic Assessment in Action. New York. Teacher College Press.

Darling-Hammond, L, Estándares, Accountability y Reforma Escolar, Teachers College Record Volume 106, Number 6, June 2004  Columbia University

Murillo F. Javier, Román M (2010) Retos en la Evaluación de la Calidad de la Educación en América Latina,  Revista Iberoamericana de Educación N°53 2010

Radic Jorge (2011) Fundamentos y Orientaciones para el diseño de un Curriculum que promueva la Formación Integral, Cuadernos de Educación Facultad de Educación Universidad Alberto Hurtado

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