viernes, 14 de febrero de 2014 | |

Leve y ligero. Sin límites



Hace mucho tiempo que no escribo porque hace mucho tiempo que leo y releo para responder siempre –al menos hasta ahora- con sorna y rabia-a-aquello que me parecía obvio, liviano, ligero y hasta mentiroso. Creí que en el ejercicio más irracional de la rabia en contra de todo, hallaría un cierto desahogo a mi incomprensión del mundo en el que estoy sumergido.
Sí, es cierto, el mundo nacional en el que vivo a diario no es sino una aldea que no tiene mucho de distinto de Mogadisho en Somalía o A Shau en Vietnam del sur, o Alepo en la derruida Siria. Y no se trata de la guerra evidente, sino de la vastedad del agotamiento; se trata simplemente que he descubierto tener una cierta certidumbre –falsa o no ya se juzgará con el tiempo corto- acerca de que las fuerzas creativas se hallan exhaustas en la aldea y no queda más que repetir un libreto viejo y bien aprendido: se trata de ser máximamente racionales políticamente hablando, que (en mi modo de ver las cosas) no es sino el enclaustramiento del ejercicio de la política, el cierre definitivo de la política como espacio de diálogo y de sueño.
¿Dónde reside la máxima racionalidad en tanto experiencia política? En el acto soberbio de agotar la comprensión de los fenómenos en su materialidad, es decir, en agotar la comprensión para el público de los hechos en los límites visibles del mismo, materializando al máximo aquello que a simple vista podemos ver pero que no alcanza más allá del fenómeno. Sí. Estoy diciendo que el acto de analizar el fenómeno, cualquiera que sea, en la simple dimensión del fenómeno, abstrayendo de él toda posible dimensión ética, metafísica o estética, agota su comprensión en el puro y simple acto del listado de sus características.
Abstraído pues el fenómeno, “esterilizado” hasta hacerlo reconocible sólo a través del listado de sus partes, la comprensión del mismo quedará sujeto a una comprensión única universalmente disponible y necesariamente aceptada. La levedad de todos los fenómenos adscritos a la esfera de lo público, de lo discutible, de lo moralizable, lo metafisiciable y estetizable,  se acota a una racionalidad técnica única dónde no cabe sino la comunión.
Al mismo tiempo que exhausto, el fenómeno pierde ahora todos sus límites visibles y se transforma en un acto amorfo penetrable pues por cualquier otra dimensión o categoría social, política, estética y moral. El derrumbe de los límites es la otra característica visible a mi modo de entender lo que pasa hoy. Exhausto el fenómeno, las formas de vivirlo son sólo vacuas y por tanto colonizables desde el poder en cualquiera de sus formas.
Ser máximamente racionales, la maximización de la racionalidad técnica no es nueva en Chile, llegó junto a la “alegría de la Concertación” y su discurso pseudo habermassiano. Sabemos quiénes son sus padres y sus madres. Lo novedoso es que su extralimitación torna desde la última elección presidencial, todo, absolutamente todo, vano y ligero. Leve.
Si tuviera que elegir un ejemplo de entre los que puedo contar hoy, diría que hay tres notables, arquetípicos: el silencio perenne de la Señora Presidenta; la lenta, persuasiva y silenciosa privatización de la salud y; la instalación de un nuevo sentido de “lo público” en educación, que pronto colonizará otras dimensiones.
¿Cuál es el efecto de la máxima racionalidad? Desde luego el primer efecto es la pérdida del sentido de lo real, porque lo real no es el simple listado de las características de un objeto sino el grado infinito de complejas relaciones que los objetos de la esfera de lo público poseen. Si como yo creo, el agotamiento de los objetos de la esfera de lo público (la comprensión de lo público por ejemplo) se agota hasta hacerlo exhausto en el listado de sus características, entonces la realidad se aliena de su sentido. La propia realidad es “secuestrada” por esta infinita maximización de la razón.
Un segundo efecto es la pérdida del sentido de consecuencias. No puede haber consecuencias, buenas o malas, en un mundo donde los fenómenos de lo público, de la esfera de lo público (definida como el lugar del encuentro y el descubrimiento de los significados que compartimos) no tiene dimensiones estéticas o éticas. Exhausta hasta el absurdo la comprensión del mundo, las consecuencias dejan de tener su valor moralizante. Ya no tienen sentido.
Un tercer nivel más simple, es el cierre de la política. Uno podría aseverar parodiando a Fukuyama que “se ha terminado la política en la aldea”. Y entonces, las formas más brutales se tomarían el camino para definir qué es lo que debemos entender por cada cosa y dónde. Si la esfera de la política queda clausurada, entonces, los años venideros deberán estar plagados de violencia. Violencia con poco sentido por lo demás, al mismo modo que el valle de A Shau o la ciudad de Mogadisho fueron para occidente.
Por último, si lo que afirmo es correcto, entonces los campos teóricos, alternativos o no, debieran tender a cerrarse tras de sí, huyendo en medio de una nueva banca rota. No se necesita de la inteligencia en escenarios históricos como los que vienen, la inteligencia es vista como una amenaza cuando se trata de reducir la realidad al simple objeto. Si los campos teóricos retroceden, entonces no habrá más explicaciones plausibles, no importa si los haya o no en realidad y aún si hubiere sujetos sociales y políticos en disposición de portarlo porque ellos carecerán de toda relevancia.
No estoy seguro de si el retroceso de la Unión Europea es un buen ejemplo de esto pero creo que una carta de una española escribiendo acerca de lo desilusionada que se sentía de la Unión Europea porque había sido deportada de Bélgica tras no encontrar trabajo en un par de semanas es de lo que estoy hablando. Estoy hablando de que no importa si Petras o Klein o Negri o Stiglitz lo predijeron o no. Estoy diciendo que ya ha pasado y que la ausencia del debate sobre la moralidad de los hechos, sobre la falta de esteticidad y la deliberada ausencia de la discusión epistemológica hacen del hecho en sí: lo tornan leve, lo hacen evidente en sus partes pero lo aíslan del todo, lo vuelven ligero.
Si no hay maldad en los hechos, si no podemos rastrear la maldad de los hechos, si no podemos encontrar la fealdad de las cosas que ocurren en la esfera pública, si no podemos discutir acerca de su existencia misma, Alepo, Santiago, allá vamos.

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