martes, 15 de abril de 2014 | |

El punto de inflexión

Todos sabemos que desde hace cientos de miles de años, el poder defiende los privilegios que los perdedores desean compartir. Los estilos se han ido sofisticando y los análisis de esta mecánica social se han ido haciendo más profundos y más complejos teoricamente hablando, pero al final del día, no hay mucho más que escarbar. Pongan de lado las categorías más complejas de análisis, que a menudo no son sino imposturas intelectuales bien o mal formuladas, y obtendrán esta única conclusión.

Hay un estado de cosas que dado el caracter de la naturaleza humana, no hace sino perpetuarse como un helicoide cada vez más complejo de autosatisfacción y autoreproducción, que construye y refina métodos de exclusión que son al mismo tiempo formas de inclusión acotadas que actúan como válvulas de escape en las sociedades más complejas. En la era de la Revolución francesa se le llamó la nobleza togada, en los Estados Unidos la emergente clase media. Pero todos ellos no son sino "un sujeto unidimensional" que actúan como sofisticados métodos de "exclusión-inclusión" y que constituyen paradigmas de imitación al modo de un imaginario posible.

En la medida en que la sociedad de clases apareció tras la maravillosa invención del capitalismo italiano del siglo XIII y las ciudades reemplazaron a los feudos, los diversos sujetos sociales que detentaban las distintas fracciones del poder (banqueros, comerciantes, compañías en comandita, compañías comerciales, burgomaestres, etc.) comprendieron que la forma brutal de mantener y reproducir el poder estaba cambiando. La sofisticada forma de  separar poder y moral con fines analíticos de Macquiavelo aportó en la misma dirección que lo había hecho el préstamo con fines de lucro. Se comenzó a llamar a la compleja operación de dar sustentabilidad al sistema "el retorno del derecho romano".

El Consenso de goberanabilidad creado a partir de la unión estratégica entre la naciente burguesía y la alicaída monarquía, parió por ese entonces a los Estados Modernos. La maquinaria burguesa puso en las cuerdas a su predesesor   feudal-católico y lo reemplazó por un modelo de poder regio con visos iniciales de racionalismo. Desde ahí y en adelante, la cosa no hizo sino sofisticarse y con ello los métodos de control e inclusión-exclusión.

A lo largo de toda la historia, es posible encontrar un momento en que el pasado da luz al futuro, no de forma teleológica sino de manera racional instrumental. Son los llamados momentos de inflexión, que a esta altura de mi vida me doy cuenta que no son necesaria ni únicamente momentos de revolución. Son los momentos en que el viejo estado de cosas debe ser renegociado por las distintas fracciones que ostentan las partes del poder, para dar gorbernabilidad y sustento, ahora sí teleleológico, al consenso entre esas partes. En ese momento, los mecanismos de inclusión-exclusión se complejizan, se sofistican para que aquellos que desean compartir parte de lo que no tienen, sientan que ponen en riesgo lo poco que pueden alcanzar pidiendo lo que el instrumental racional-técnico les ha dicho que es imposible tocar.

Son momentos como ese los que vive Chile. Los ha vivido antes y no han sido nunca momentos revolucionarios porque el poder no ha estado en juego. De hecho los únicos momentos revolucionarios que nuestro país ha vivido son los momentos donde las fraciones del poder no se han puesto de acuerdo generando un vacío que teóricos y activistas de izquierda llenaron con su actividad revolucionaria.

¿Qué se ha estado jugando en los últimos meses en el Chile profundo? Se ha estado jugando la forma que tendrá el consenso conservador que las fracciones del poder firmaron en la transición a la democracia y que no tocaran las bases del modelo pinochetista de lo cual  hay numerosa bibliografía. Esa forma nueva que dará lugar al nacimiento de un nuevo Chile por los próximos veinte o treinta años sigue estando en manos de arquitectos con nombre y apellido que entienden por un lado el valor de conservar las premisas del modelo y por otro, de sujetos que ya construyeron una comprensión de que el capitalismo no tiene fin o bien que es imposible derrotarlo.

No siempre es una negociación visible, muchas veces se hace intrincada y compleja la maraña de retejer el consenso de un Estado-Nación. Pero hay signos evidentes que hacen realista mi interpretación de los hechos. Muchos de esos signos era ya evidente mucho antes de la elección presidencial. Signos como la deconstrucción de la derecha política y su evolución hacia formas más republicanas; las innumerables muestras de acercamiento en las elecciones municipales del Partido Comunista a la Concertación de Partidos por la Democracia; el rearme de  las direcciones de clase del Partido Por la Democracia y la Democracia Cristiana; el giro -interesantísimo tanto como sútil- del discurso de sectrores productivos como la SOFOFA;  el cierre inesperado y el endurecimiento de las investigaciones del lucro en el mundo de las Universidades Privadas; etc.

Pero tal enumeración no es más que el conjunto de síntomas evidentes de la enfermedad, pero en ningún caso constituyen el fondo de su asunto. No tanto al menos como la discusión que comenzó a aflorar en los medios de comunicación (gran invento a cuya atención curiosamente nos convoca el conservador Edmund Burke) desde mediadios del año recién pasado.

Es en la consideración teórica sobre " lo público" que se juega una parte importante del nuevo trato que levantará al nuevo Chile. La vuelta al Estado laico y republicano aflora con nitidez como un elemento posible, pero las fracciones más conservadoras saben bien que hay allí un germen dificil de tragar porque implica la parcelación de cuotas concentradas de poder: ¿por qué habrían los cultos religiosos de abandonar las cruces en los colegios que el Estado subvenciona y que tantos años les tomó instalar? ¿Por qué razón la antigua casona de la pequeña Universidad Católica tendría que ser el futuro de la casa más prestigiosa de representación y reproducción del modelo conservador? ¿Por qué tendríamos que aceptar, reclama el más diestro camaleón del conservantismo chileno monseñor Peña, que sólo lo estatal es público?

Desde luego el púlpito ya hace sus apuestas en alianzas con el mundo "liberal". Coinciden Fernando Montes, sacerdote jesuíta rector de la Universidad Alberto Hurtado y Carlos Peña rector de la Universidad Diego Portales en el análisis de "lo público". Cierra la lista de destacados académicos José Joaquín Brunner quien declara que lo público no está determinado por la propiedad del medio sino por sus fines, desempeño y sus evaluaciones. No daría así lo mismo, si la Universidad investiga sobre la irritación del shampoo o el efecto del viento en los incendios de las quebradas porteñas, sino la condición pública de los resultados de su investigación. Después de todo, todos nos lavamos la cabeza.


El debate se ha extendido mucho más silenciosamente al sector salud donde las construcciones y administraciones hospitalarias ya se ha privatizado ocupando el modelo educativo que supone que la fuerza destada del mercado es más veloz para dar cobertura de servicios primarios que los esfuerzos del Estado. Se anuncia una cerrada discusión acerca del  alza de tributos que algunos llaman ampulosamente "Reforma Tributaria".

En fin, el debate ha comenzado y los sectores que controlan las distintas fracciones del poder deberán responder a sus intereses en pugna y buscar hacer del encuentro una discusión de intereses y no una guerra declarada. No necesitan un nuevo Portales que encauce el consenso sobre la base de los cadaveres liberales, ni un nuevo Alessandri que abra la puerta a las ambiciones del obrerismo y la clase media. Este país no está para caudillismos modernizadores porque ya no hay un relato modernizador que vender. En cambio tiene una Presidenta que inteligentemente clausura la política y deja la discusión en las altas esferas de quienes pueden entender que el país no hay que hacerlo de nuevo. Sólo se trata de remozarlo.


Mentras el humo no se vea en cubierta las cosas andarán bien.

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