sábado, 11 de junio de 2016 | |

Rentabilizar el miedo y el odio

Las sociedades modernas se han construido en su sentido subjetivo, sobre la base del miedo y el odio. Resultan rentables en un sentido político, porque se han vuelto parte del mundo privado, se han privatizado. Esta es la razón por la cuál, quienes ocupan puestos de trabajo en el mundo "público", profesionales de la política, monopolizan el concepto de "bien común". Lo que hace el bien para todos no existe porque si el miedo y el odio se sienten profundamente desde el lado frío de la pantalla, en el cuarto matrimonial y bajo siete llaves, entonces sigue siendo tarea de los profesionales del mundo público administrar las tareas y desplegar los mecanismos que otorgarán seguridad a los ciudadanos.

Cada medida y protocolo de seguridad además, es cada vez más privado. Es el resultado por una parte de la privatización de la política controlada desde hace muchos años ya, por los grandes capitales. Pero es también el resultado de la futilidad que estos profesionales han dado a los espacios públicos. Cuando una diputada señala que no votará ni hará campaña por una candidata presidencial y luego aparece en sus caravanas y fotografías de calles, el espacio público se hace fútil, inútil, liviano. Tanto que finalmente se clausura, privatizando precisamente el odio y el miedo. Otro tanto ocurre cuando un Ministro del Interior, católico profundo, señala públicamente que apoya las consideraciones del aborto del proyecto de gobierno. Vuelve a clausurar la discusión tras la venta de sus principios cerrando con ello el principio del espacio público, ser precisamente el punto de encuentro entre el mundo y preocupaciones de lo privado, movilizado hacia lo colectivo.


En este ejercicio, las sociedades modernas han encontrado dos aliados maravillosos: por un lado la prensa anodina que explota con morbosidad todo aquello que provoca el odio y el miedo, llevándolo directo y en vivo hasta los cuartos matrimoniales; por otro lado, los peones encargados de generar en nosotros esos sentimientos, "los encapuchados".

Los resultados materiales de la violencia, explotados como símbolos de miedo, no pueden sino causar indignación, malestar profundo y rechazo. Pero suman además una sensación de inseguridad y de angustia privada. Nadie en su "sano juicio" querría movilizarse ni transformar este en un tema "público" porque para eso están los "profesionales". Nadie querría discutir el hecho en sus dimensiones políticas más profundas porque todos sabemos que "no cambiaremos nada". Asustados y odiando, seguiremos alimentando nuestras privadas sensaciones por una prensa que vende la imagen de una sociedad asediada por el temor. Por eso es que necesitamos precisamente Ministros que vendan caros sus principios y que salgan rápido a manifestarse en contra de los actos de violencia flashes de por medio.

Castoriadis, Cornelius para sus amigos, alertaba antes de su muerte en una entrevista que el gran problema de nuestras sociedades occidentales, era que habíamos perdido la capacidad de preguntarnos acerca de la naturaleza y origen de las cosas. Si es eso lo que ha clausurado el espacio público y ha profesionalizado a quienes tienen trabajo en "lo público", tal vez sea una buena hipótesis a explorar. Por ahora, el miedo y el odio siguen privatizados. Lo curioso es que somos todos sin excepción presas fáciles para ello y para echar bencina en la hoguera. Para muestra un botón. EL más mediático pastor de los pobres, el jesuita más amado de los ricos, ha salido a explicar públicamente que los autores de tan vandálicos hechos, son ni más ni menos que algunos de entre nosotros. Jóvenes malcriados hijos de la abundancia. Están entre nosotros. Los criamos nosotros mismos.

Ni hablar de los profesionales, cuya tarea es precisamente esa, devolver el odio y el miedo a su lugar "natural": el cuarto matrimonial tras el frío de la pantalla. Para Walker por ejemplo, estos encapuchados matan a Cristo dos veces, en Valparaíso y en Santiago. Judas, el lancero del monte Calvario y tus propios pecados son quienes han creado a este "asesino". Vuelve el odio y el miedo a privatizarse y a clausurar con ello el discurso público de la antigua Ágora.

Nadie puede sino condenar hechos como los ocurridos en la Iglesia de la Gratitud Nacional. Son hechos delincuenciales y son hechos que atentan contra la libertad de culto religioso. Pero al menos yo, no escuché a los "profesionales" que resguardan sus fuentes de trabajo con celo en el mundo de lo público, rasgar vestiduras por la profanación de recintos sagrados de otras culturas en el norte y en el sur del mismo país. Quizás porque eso es tan distante el chileno común y privado, que no alcanza a provocar el miedo y el odio que los agentes necesitan para reproducirnos.

En otro artículo mucho anterior, señalé que uno de los males de este gobierno era precisamente la clausura del espacio público. Bachellet no responde a los periodistas, Bachellet no habla con la gente. Cuando convocan a los conversatorios constitucionales, es mi convicción que lo hacen sabiendo que no llegaremos absolutamente a nada. Al menos para mí, tienen el único valor de haber constituido un puente a transitar entre lo "privado" y lo "público", algo que es un gran avance en estos tiempos de odio y miedo privado.

Hace no mucho tiempo, esta era una sociedad en que el miedo y el odio eran parte de un ejercicio colectivo y público. Las mutuales, y luego las mancomunales, eran lugares donde la pobreza y el miedo de no tener un lugar donde caer muertos eran discutidos e intentado resolver colectivamente. Las personas se movilizaban colectivamente para resolver sus miedos y desarmar sus odios. Una parte de las casas para empleados públicos en San Miguel, La Granja, Ñuñoa y La Reina son el resultado de esa sociedad. 

Sin embargo, el sueño socialdemocráta colonizado por una Razón de Mundo al que llamamos "neoliberalismo" terminó por convertir el odio y el miedo, elementales formas de movimiento humano, en un asunto privado. 

Nos reducimos. 

2 comentarios:

Lorena dijo...

Concuerdo con lo que escribe, pero yo agregaría ademas que la rentabilidad del miedo es un hijo directo de la ocultación y tergiversación de la historia, por aquello de que: "La historia la escribe el vencedor"... no hemos visto a las autoridades rasgandose las vestiduras por hechos similares en otras partes, asi como aun no veo ni un comentario respecto del papel de la iglesia durante el gobierno de Allende y su rol a lo largo de la historia de Chile como un permanente freno a la modernización general del país y a la libertad de las mujeres en particular. No concuerdo con ese ataque, porque es un ataque a la libertad religiosa, pero refleja algo que quiza la gente joven ve y siente, porque es joven...puede ver y ademas puede expresar y repudiar, esa influencia ñoña y chata que reina en la sociedad chilena, pacateria y doble moral y sus mejores víctimas son a la ves sus mejores representantes, las mujeres, y no podría ser de otra manera... La iglesia a perdido a nivel mundial aprobación y reconocimiento debido a las agresiones sexuales contra niños por parte de sus sacerdotes, no merece un cheque en blanco de confianza y aceptación por parte de la sociedad...y respecto de los que viven de la renuncia permanente a sus convicciones en nombre de "profundas razones de estado"...merecen caer en el olvido y la muerte política, y no el premio de la reelección.

Mbricprofe dijo...

Ese fue el pacto de las elites chilenas después de la retirada de Pinochet. Ofrecerle una salida en la que el gran empresariado y los políticos "profesionales" se comprometían a dos cosas: a continuar y profundizar el sistema neoliberal y a devolver a su casa a los que por años vivimos el miedo y la rabia en la calle, en la organización colectiva, en el cuidado mutuo, en el riesgo compartido. Nos dijeron que ellos se harían cargo, que la alegría había llegado, que ya no habría motivos para el miedo ni para la rabia. Por fin podríamos disfrutar en paz y tranquilidad la privacidad del "dormitorio matrimonial". Los malos habían vuelto a sus cuarteles. Y volvimos a nuestras casas, cansados y deseando, por fin, creer que estábamos a salvo. Y nos quedamos solos.
Mientras tanto, afuera, la maquinaria perfecta seguía funcionando. Con más sutileza que los fusiles y las golpizas nos fueron cercando imperceptiblemente. Nos ofrecieron en cómodas cuotas una felicidad que nunca habíamos pedido, mientras seguían despojándonos en silencio de lo que necesitábamos de verdad: una comunidad respetuosa, justa, solidaria, fraterna. Casi sin darnos cuenta, con una tarjeta plástica en la mano y sueños privatizados, nos dormimos ciudadanos y despertamos clientes, despertamos emprendedores que podían ganarse un puesto personal en el banquete. ¡Qué generosos, qué abnegados servidores públicos nos gobiernan!
Si usted tiene miedo de no poder pagar su precario sueño de plástico cuyo precio crece hasta ahogarlo; de enfermarse y quedar en la ruina; de hipotecar su vida para educar a sus hijos; de enfrentar una vejez injustamente miserable, está equivocado. ¡Usted está sintiendo como un ciudadano!
Si usted siente rabia cada vez que los poderosos se coluden para aprovecharse de usted; si usted siente rabia cuando ve cómo los empresarios compran las leyes que necesitan para ser aún más ricos mientras usted lucha solo contra la precariedad; si usted escucha cada vez con más rabia los insultos a su inteligencia de las declaraciones de los políticos profesionales, de los inocentes y generosos empresarios incomprendidos por la masa ignorante, está equivocado. ¡Usted insiste en sentir como un ciudadano!
Si sigue así no tardará en llegar el momento en que pierda la cordura y empiece a pensar en salir del mullido paraíso de su dormitorio como estos mocosos en la calle, llenos de esa rabia que ya habíamos dejado atrás. Piénselo, hombre, piénselo.