viernes, 13 de julio de 2018 | |

¿Por qué se necesita cambiar el tamaño de los Colegios?

Cuando la educación fue sistematizada en los colegios tal y como los conocemos hoy, la revolución industrial estaba en un estado de madurez tal, que las sociedades y culturas capitalistas industriales que surgieron tras su aparición y sus formas de expresión cultural dominantes, comprendieron que un ejército de proletarios instruidos en la forma en que el nuevo modelo de acumulación de la riqueza necesitaba, eran cruciales al momento de asegurar su reproducción.

De no haber aparecido las escuelas, la fuerza de trabajo necesaria para la reproducción del modelo de acumulación no habría aparecido, significando su muerte temprana. La producción de oleadas de proletarios instruidos para adecuarse, aceptar e incluso convertirse en eficiente material de reproducción era un reto vital para el modelo industrial. 

La Escuela se masificó entonces, terminando con el modelo artesanal en el que un maestro o patrón de un ingenio productivo, instruía a un número pequeño de aprendices. Otro tanto comenzó a ocurrir con los niños provenientes de la clase acomodada que dejaba a sus institutrices e instructores y los reemplazaban en las escuelas, con la natural segregación que era necesaria para dar sustentabilidad  al modelo de reproducción cultural propio del buevo modelo material de reproducción. Como dicen los prisioneros, "a otros enseñaron cosas que a mi no".

Las fábricas, unidad básica de reproducción material, tuvo su símil en la escuela. El modelo fordiano se reiteraba en el asignaturismo y el taylorismo en la estructura jerárquica y ordenada de la nueva Escuela. Cientos de niños y niñas compartían ordenada y disciplinadamente la tarea de su instrucción. Ello fue acompañado del mismo modo, con concepciones filosóficas y psicológicas que sustentaron ideológicamente el modelo, sin olvidar por cierto el lenguaje religioso - moral que aplaudía la aparición de las nuevas escuelas.

Años han pasado desde ese momento primigenio. Tuvimos la fortuna de ver aparecer a Marx y a Engels, a los liberales y a los utilitaristas ingleses y más tarde a la sociología crítica, y más tarde aún, a la investigación científica sobre el cerebro y sobre sus formas de capturar, interpretar y aprender sobre la realidad. Dios y la religión, tal y como las iglesias entendían su rol, comenzaron a desaparecer, al mismo ritmo que una nueva economía más basada en la inteligencia que en la fuerza bruta, hacía su debut.

Hoy, nos acercamos cada vez más a una economía cuyo transito final está a unas pocas decenas de años. Para vislumbrarlo, es evidente, es necesario salir de la perspectiva existencial del tiempo y dejar de hacer de la existencia propia la única medida de lo cercano o lo lejano. En la perspectiva del  tiempo transcurrido por la historia de la humanidad, un tiempo brevísimo comparado por ejemplo con el de la existencia de las hormigas, la forma en que la riqueza se acumula, está pronta a culminar su transición. La revolución industrial será entonces parte de una prehistoria de la economía, del mismo modo en que nosotros vemos al modo feudal de reproducción a la luz de los avances y retrocesos de la producción industrial.

Esa transición ya deja muertos en el camino. Amplios números de trabajadores y trabajadoras que quedan fuera del lugar central en el que se reproduce la riqueza, del mismo modo en los artesanos medievales fueron quedando atrás en el tránsito de las sociedades feudales a las sociedades industriales. Bolsones gigantescos de pobreza quedarán como el testigo de la última transición de una economía basada en la inteligencia y en la producción de sofisticados bienes fabricados en industrias robotizadas.

Las Escuelas donde miles de niños se educan en la forma asignaturista deberán dar paso a formas más sofisticadas, que acompañen ahora la evolución natural del modo de acumulación. Esas nuevas formas de organizar la Escuela, negarán por supuesto todos los principios, formas organizacionales y éxitos de la vieja escuela. Los Institutos Nacionales y Liceos Bicentenarios, todas formas coherentes del antiguo régimen de reproducción material de la cultura, deberán quedar como elefantes viejos, o cadáveres disecados de gigantescos cachalotes en algún museo de historia natural de la educación, del mismo modo que los talleres de aprendices lo son hoy. 

Estoy seguro que las Escuelas del futuro serán ecológicamente sostenibles Es decir deberán comunicarse con el exterior de manera mucho más creativa que lo hicimos las viejas escuelas. Deberán no sólo responder de manera creativa a los desafíos de las nuevas formas materiales y culturales de reproducción, deberán anticiparlas sino directamente influenciarlas. Para ser más simple en mi forma de comunicarlo, baste quizás el ejemplo inteligente en que las educadoras de párvulos anticiparon el problema del tabaquismo. Muchos fumadores dejamos de fumar cuando nuestro párvulos hijos veían y censuraban nuestra conducta como una forma de autodestrucción. Imagine usted un modelo de escuela en que esa capacidad de adelantarse, prevenir e incluso influenciar en los cambios del ambiente, perteneciera a toda la escuela.

Eso significaría que el número de alumnos se redujera drásticamente en las Escuelas. No para volver al viejo taller artesanal, sino para permitir que un modo más complejo de aprendizaje surgiera. Uno que no necesitara un comando central de mando como orientador de  sus trabajos. En ese contexto, cada alumno o alumna sería el constructor de sus propias necesidades educativas. Por cierto eso significaría la existencia de un profesor cuya centralidad ha mutado. Sería un sujeto abierto al aprendizaje, complejo en su forma de entender la educación, abierto a las sugerencias vertical y transversalmente, apenas orientado o coordinado por una jefatura tan horizontal como desempoderada.

La idea de que las transformaciones que vivimos dejará un bolsón de pobreza gigante, compuesto por millones de personas es tan triste como natural a la evolución de las formas de reproducción de la pobreza. Soy testigo de eso cuando en mi condición de profesor o director de colegio, veo jefaturas que no están disponibles a horizontalizar la gestión. Veo aún una cultura tayloriana de la gestión en muchos colegios e instituciones, incluso en aquellas que falsamente declaran su deseo de adelantarse a los cambios. Otro tanto puedo observar cuando algunas Universidades forman a profesores de lenguaje que ingresan a sus aulas con 440 puntos ponderados. Allí están los bolsones de pobreza del futuro, tienen rostros, nombres, identidad. Su drama consiste en que, en mi opinión, aún no lo comprenden.

Cuando pienso en esta transición, en la muerte de la vieja escuela, en los costos humanos que tendrá, no puedo olvidar la conversación que siendo yo aún un niño, mi padre sostenía con otro inteligente adulto en su mesa. Hablaban de la revolución tecnológica de los japoneses y este hombre le decía a mi padre que lo peor de esto, era que estos japoneses se habían atrevido a producir en masa, guitarras de concierto, pero lo triste, era que sonaban tan bien como las de Paco Santiago Marín  ilustre artesano andaluz. 

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