domingo, 21 de julio de 2019 | |

Son veinte para las doce (II)

Los norteamericanos son por lejos, los mejores divulgadores científicos porque al mismo tiempo que socializan en buenos libros los avances de la ciencia,  logran inventar paradojas y metáforas tan simples como explicativas del avance científico. Ello es probablemente por las características de su sociedad de masas, y por la muy ineficiente educación de masas que prolifera en ese país, comparado con sus pares desarrollados europeos.

Así que, dado que hay que explicar cosas muy complejas, los divulgadores científicos norteamericanos, simplifican a través de juegos e imágenes lúdicas, la complejidad en la que vivimos. A veces, esas formas adoptan una seriedad que el público insospechadamente le otorga, por su carácter pedagógico y explicativo precisamente; otras veces, no son más que juegos.

Como usted ya sabe, son sólo veinte para las doce.

Iniciemos con la famosa ley Moore de 1975. Gordon Moore, ejecutivo de Intel, la más famosa productora de circuitos integrados o chips del mundo, descubrió que había una progresión geométrica en el aumento de circuitos integrados cada dieciocho meses. Esto es, que cada dieciocho meses, el número de circuitos se duplicaba permitiendo un salto cualitativo en la operatividad, velocidad, capacidad de procesamiento de datos y de almacenamiento cada dos años. Cada dos años, nuestro computador queda parcialmente obsoleto por la aparición de una nueva generación que es geométricamente dos veces superior a la nuestra. Dado que la progresión es geométrica y no aritmética, usted podría calcular cuántas generaciones de computadores hay entre la computadora que llevó el hombre a la luna y su celular. El resultado es que su celular es cuarenta mil veces superior a esa computadora.

Aunque la ley de Moore se ha cumplido religiosamente hasta hoy, existen serias dudas  acerca de su continuidad. El número de circuitos en espacios cada vez más pequeños tiene un techo y es la energía calórica que disipa su funcionamiento. Para decirlo al modo de un divulgador científico norteamericano, imagine que a cada minuto usted enciende una lámpara de 100 watts en una pieza encerrada, al cabo de una hora, usted tendría 6.000 watts sobre su cabeza.

No olvide que aún son veinte para las doce.

El efecto Wow!. Imagine que usted posee una máquina del tiempo, y que logra traer digamos a un hombre de la calle desde 1700 de algún país de Europa a nuestro presente. Wow!, él vería cabinas iluminadas desplazándose a velocidades increíbles por caminos asfaltados; luces de tres colores que se apagan y se encienden sin velas; él vería máquinas metálicas volando con gente adentro, y probablemente enanos actuando en una caja cerrada en cada hogar.
El hombre, solicita entonces la máquina y piensa a quién podría traer a su mundo de 1700  para provocar el mismo efecto. Entonces piensa en los mismos 300 años, pero se da cuenta que no tiene grandes cambios con esos antepasados; luego piensa en 500 años, pero en 1200 había monarquías absolutas, las iglesias aún tenían mucho poder, la tracción animal y la rueda no tenían muchas diferencias, no había luz eléctrica y las libertades individuales tampoco eran tan distintas. Entonces se da cuenta de que la única posibilidad de replicar el efecto Wow!, es ir hasta antes del año 8.000 a.C.

Son ahora veinte para las doce. En esta metáfora, el lector queda mirando hacia el futuro, como en una línea de partida entre angustiado y asombrado. Quizás es lo mismo. Imagine que es usted parte de un experimento  en que se le entrega una bolsa con bacterias deshidratadas, que debe hidratar desde las 11:30. Veinte para las 12 usted abre el plato donde tiene las bacterias, pero usted sólo ve esto:
Usted creería entonces que el experimento es un fracaso. Pero atención porque lo que hay al centro del cuadrado no es una mugre en su pantalla, sólo que al igual que en un experimento real, usted no lo ha visto.

Quince minutos para las doce, la situación ha cambiado:
 Diez para las doce, el experimento vuelve a cambiar:
Cinco para las doce vuelve a cambiar:
A las doce, su plato está por fin lleno de bacterias

Piense para usar la metáfora, que existen algo así como veinte super computadoras, que son sistemas integrados que superan los 148 petaflops. Su valor es equivalente a muchos, cientos, miles, millones, miles de millones de millones de Megabytes de su humilde computador. Haga ahora el salto respecto de la computadora de la NASA y entienda que para usted son recién veinte para las doce. Esa es su hora no porque su computador no alcance siquiera a imaginar un petaflop, sino porque ni usted ni yo ni nadie hasta ahora puede resolver el problema de la computadora cuántica.

Es decir, sabemos que es posible tener una computadora que se enfrente no a dos decisiones (1 o 0) sino al menos a 6 al mismo tiempo(1, 0, 11, 00, 1y0, 0y1). Para que ello sea posible, es necesario cargar a una partícula elemental con esas decisiones y hacerla sustentable para que un súper sistema operativo ponga a la súper información en su pantalla. Para que ello se logre, es necesario bajar la temperatura de la partícula elemental de modo que se torne manipulable. Esa temperatura es algo así como -2730 ºC, equivalente a 10 Kelvin aproximadamente. Algo más que la temperatura de su refrigerador.

Si usted entiende que en su reloj son veinte para las doce, entonces usted verá con algo de desilusión el avance, pero entenderá que sólo faltan veinte minutos.




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