Los últimos acontecimientos desatados desde la negociación del bono SAE no han hecho más que confirmar algo que sabíamos: el sistema público – municipal de educación ya no resiste.
La banca rota de la administración municipal ha dejado a la educación pública en condición de un enfermo terminal: no hay paliativo posible para evitar la defunción, aunque conociendo la forma en que nuestro ministerio aborda el tema, es posible que en estado de coma, el enfermo viva sus últimos días extendiendo su moribunda existencia, pestilente, corrupta e inerte
El desafío de torcer la mano de la crisis a favor de la educación pública se encamina de igual modo a su fracaso más frontal. El conjunto de intereses que se entrecruzan en la repartición de los bienes del muerto es tan grande, tan complejo y tan oscuro como difícil de imaginar.
Esos intereses parten desde el seno del propio gobierno expresándose como una más de las contradicciones políticas tan propias del proyecto político que encarna la concertación. Un fuerte grupo de derecha se ha enquistado en el ministerio de educación, para defender desde allí la inmensa obra pinochetista privatizadora de la antigua educación pública, dotado de fuertes compromisos en el gobierno y de un férreo convencimiento ideológico.
En medio de la crisis, altos dignatarios de gobierno se comprometieron con el Colegio de Profesores a cesar en su cargo a la ministra de educación, acto fallido por el dique puesto desde el ministerio de interior y el parlamento.
Entretanto, la izquierda parlamentaria brilló por su ausencia, no hubo movimiento tras bambalinas que apoyara al grupo más progresista de la moneda en su afán por buscar una salida forzada de la ministra. Mientras todo eso pasaba por la nariz de los candidatos de izquierda y extra concertación –que no son lo mismo-, Enríquez – Ominami buscaba apoyo en el grupo 2020, haciendo gala de su posmodernismo: no hay más relato político que el que dicta su propia razón instrumental, no hay más que preocuparse de la receta procedimental
El inefable estado de cosas, configura un panorama sombrìo porque como he venido señalando antes, el único actor con capacidad orgánica de resistencia, no ha sido capaz hasta ahora de montar un sólido y abierto frente de defensa de la educación pública. Deberemos esperar a que ello ocurra o a ser testigos de la última obra de este vaciamiento del aparato público: el de la educación
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