viernes, 20 de septiembre de 2013 | |

Planificar desde el derrumbe y la anticipación

Mi madre se dirigió a mí hace unos veinte años atrás para indicarme que era para ella motivo de angustia entender que el mundo que sus hijos vivían, y aún más el de sus nietos, era un mundo tan cambiante. Me aclaró que su percepción se basaba en el hecho de que mis hermanos y yo cambiábamos de trabajo con una frecuencia que al menos a ella le abrumaba y le hacía sentir insegura. Terminó su catarsis explicándome y recordándose, que el día que ella había entrado a trabajar en el sistema de salud pública de Chile, ella tenía la absoluta certidumbre que allí jubilaría.

Y sí, mi madre tenía por ese entonces razón. El mundo que habitamos como adultos es un mundo cambiante. Líquido, desgarrante y fluido y leve, a pesar de una cierta apariencia sólida diría Baumann. Construido como un presente que se evapora con una facilidad pasmosa y un futuro del que apenas sabemos que vendrá pero cuyas características ignoramos del todo. Heargreaves señala que esta es una sociedad del conocimiento, producido, acumulado y repartido desigualmente. Y esa es una buena explicación del presente y una inteligente forma de describir el futuro. 

Un futuro que se construye con una velocidad que alcanza apenas a percibir la gente como mi madre. La gente de los tubos al vacío y los transistores. Un futuro que apenas alcanzo yo mismo a vislumbrar excepto en el gran reto que nos impone como única certidumbre de trabajo: el futuro no se parecerá en nada al presente que vivo, y nos dejará siempre como reto la supervivencia de la especie amenazada por la planetarización de los cambios.

Y es que el futuro se construye desde un presente cuya regla singular es el cambio. Cambian las concepciones que antes teníamos como sólidas sobre el mundo físico; cambian las creencias que antes teníamos como refugio del mundo social; y cambian también las formas en que entendemos y organizamos nuestras instituciones. De algún modo menos poético y más profético, el presente se derrumba a cada instante empujado por las fuerzas desatadas del cambio y la innovación tecnológicas - digitales. La innovación que empuja al cambio permanente y acelerado, ha dejado en desuso objetos, creencias e instituciones mucho antes de que se agotaran por muerte natural.

La escuela es un buen ejemplo de aquello. Estamos viendo derrumbarse una forma de entender la escuela sin que nosotros, los maestros y gestores, nos demos cuenta. La velocidad y profundidad del cambio tecnológico-digital, está empujando su derrumbe tal y como la conocemos hasta ahora sin que nos demos cuenta de que eso pasa en nuestras narices. La transformación plástica-institucional a la que es obligada se está jugando aquí y ahora, para dejar en el camino a las especies vetustas que no se adaptaron al cambio. Los viejos algoritmos de planificación ya no sirven, como no sirven las viejas formas acostumbradas de evaluación ni enseñanza-aprendizaje.

La emergencia histórica de nuevas formas se hace ahora un imperativo de supervivencia, un esfuerzo de creatividad-innovación-iteratividad deberá romper y matar a las viejas formas de las cuales llevaremos hacia el futuro algunos pocos objetos que permanezcan como instrumentos re ensamblados de las nuevas formas de planificar.

El derrumbe debiera ser parte de esa forma vieja que se adapta hacia un futuro líquido. La acumulación iterativa de prácticas creativas y colectivas de entender las nuevas formas de planificar la escuela debiera ser otra de sus claves. La anticipación no al derrumbe -que es un proceso inevitable de todo cambio- sino a los eventos y momentos del cambio así como a sus signos más evidentes de corto plazo debieran ser una practica normal de los equipos con el objeto de identificar los nodos energéticos dentro de las comunidades, los sujetos creativos, los polos de resistencia y las formas de ver y entender el cambio y la innovación culturalmente hablando.

Los gestores que al interior de los colegios puedan adelantarse creando espacios de diálogo y equipos virales de trabajo deberemos crear nuevos conceptos todo el tiempo que se adecuen e incluso mueran para cada momento del cambio y la innovación, compleja, dinámica, impredecible en cierto modo.

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