La falta de optimismo –que a estas alturas de la vida en
Chile se vuelve más bien enajenación que sana fe- no puede empujarme a pensar
en los grandes cambios que la nación necesita. Yo no creo que exista fuerza
política capaz de revertir el fenómeno de la mercantilización como modo único y
excluyente de entender y administrar el fenómeno educativo, y en cambio sí
observo la existencia de un consenso conservador y mercantil empujado por una
burguesía muy fuerte y enquistada en todos los centros de poder que está
reformando el modelo pinochetista con una suavidad e inercia que constituyen
una lección de gobernanza.
He declarado en otros momentos que cuando algo así ocurre,
el repliegue debe ser hasta lo más pequeño que nuestra mente pueda encontrar
como un espacio de resistencia individual y hasta autónomo. He dicho también
que creo que ese espacio es la red de nuestras microrelaciones sociales y
laborales en las que el nivel molecular mueve nuestras únicas posibilidades de
gestar y movilizar el cambio. En ese sentido, la escuela debiera ser vista como
uno de esos espacios. Debiera politizarse su discurso hasta saturarlo entre sus
agentes, y debiera ser desde allí que nuestros actos de resistencia se pudiesen
mostrar en actos reales.
¿Cuáles debieran ser los pilares de mi acción en ese
escenario donde lo pequeño es lo único posible? ¿Cómo debiera entender mi
contexto en el entendido de esos pilares que son al mismo tiempo un entorno de
acción?
En primer lugar
creo que es necesario politizar al máximo el discurso de la escuela y en la
escuela. La politicidad del discurso escolar es natural, es tan obvio como
ocultado y travestido. Nada hay más político que decidir sobre qué voy a
enseñar, o cómo voy a hacerlo; del mismo modo nada hay más político que la
decisión de evaluar, que es otra forma de construir y administrar el poder en
la escuela; no puede haber otro discurso más político que la planificación escolar
de la gestión. Por eso mi artículo anterior se denomina “Micropolítica en la
Escuela”
En segundo lugar
creo que hay que resistir a la idea de que la planificación se hace en base a
objetivos. Nada hay más clausurante del discurso político dentro de la escuela que
la “planificación científica”, que con su pretensión de objetividad, congela el
devenir de la escuela y de sus actores ante el sometimiento de un futuro
planificado y pétreo. No sólo es necesario involucrar a las comunidades
verdaderamente en los procesos de gestión escolar, también es necesario
educarlos en el sentido de que un objetivo deseado puede modificarse al poco andar del proceso escolar
porque la dinámica de sus actores, sus agendas y creencias personales pueden
modificar la imagen inicial que se tiene del deseo. Es necesario pensar en la
permanencia del cambio, en su domicilio permanente en la escuela, más que en el
deseo de adivinar el futuro a través de las planificaciones científicas.
Innovar no equivale a planificar.
En tercer lugar
es necesario tomarse muy en serio la idea de que el futuro es inestable e
impredecible y que incluso el mañana está atado a la extraña promesa de que la
especie correrá serios peligros de extinción. El ejemplo de las campañas anti
tabaco que se desplegaron desde los jardines infantiles y que nunca fue seguida
en su impacto hacia las familias, debiera replicarse en lo que a consumo,
reciclaje y sustentabilidad se refiere. No habrá cambio desde los gobiernos, no
habrá cambios tras la firma de protocolos y acuerdos al estilo Kioto. Sólo
habrá cambios en las comunidades que aprendan a pensar el futuro
sustentablemente.
En cuarto lugar,
es necesario abortar el principio de la competencia entre iguales para instalar
el principio de la colaboración para fines comunes. Creo que en este punto debo
aclarar que no se trata de cooperar sino de colaborar. Es decir no basta con
distribuir una tarea en partes individuales que después se juntan, se trata de
abordar desafíos como comunidades escolares y como cursos y hasta como
disciplinas, en las que el todo es más que la suma de las partes. Sólo así
estaremos educando para la colaboración,
desplazando el valor de la competencia.
En quinto lugar,
es necesario entender que el futuro es el conocimiento más que en ningún otro
momento de la humanidad. Todos aquellos que no preparen para la construcción de
habilidades relativas a la movilización y producción propia del conocimiento,
anclan con pesadas cadenas a sus comunidades y a sus niños y niñas al pasado.
No es vano ni fútil la advertencia del informe PISA del 2013 que sitúa a la
región –y con ella a Chile- a treinta años de los países OCDE de mejores
resultados en una prueba de resolución de problemas. La sociedad del
conocimiento está abierta para quienes puedan llegar a ella, pero permanecerá
clausurada a quienes no hayan construido las habilidades que les permitan
acceder, a ellos y ellas, les espera la pobreza y la marginación.
En sexto lugar,
no hay una escuela eficiente en su trabajo que no se conceptualice a sí misma
como una comunidad de aprendizaje. Si la comunidad no aprende en tanto tal, es
difícil que se encuentre en condiciones de alcanzar grandes desafíos para ella
misma. El rol de los liderazgos es transferir oportunidades de crecimiento,
opciones de poder, espacios de responsabilidad y toma de decisiones. No se
trata de metafísica, se trata de democracia.
En séptimo lugar,
es necesario dejar de creer, dejar de tener fe, en el curriculum prescrito. No
es ni representa más que una opción política en el marco de una democracia
restringida. El curriculum debe dejar de ser conceptualizado como una variable
inmóvil y debe pasar a ser parte de las variables que la escuela puede
modificar con el transcurso del tiempo, corto o largo de su devenir. La validez
de curriculums construidos más localmente ha dejado de ser un tabú en algunas
partes del mundo, la posibilidad de que los alumnos trabajen en un temario más
propio que prescrito, la imagen de padres y apoderados ingiriendo en el
acontecer del mismo es un hecho en algunos estado de norteamerica, ¿por qué
negarse a lo evidente?
No hay más futuro en adelante que el que podamos construir
desde lo pequeño. La construcción ha dejado de ser megalítica porque su opción
se ha clausurado desde el repliegue ordenado del pinochetismo que dejó huérfano
la posibilidad de ocupar espacios más profundos de progresismo. Sin embargo aún
hay espacios en donde el Gran Hermano no llega, aún hay posibilidades de
resistir al menos desde lo microscópico. Me parece que cualquier otra cosa es
voluntarismo.
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