No soy en ningún caso un admirador de Patricio Aylwin ni mucho menos de su gobierno ni de su obra. Razones me sobran, todas históricamente comprobables, moralmente incuestionables, pero políticamente incorrectas. Nadie podría contar con buenos argumentos, por ejemplo, para justificar la cobardía de su ministro Correa para enfrentar el boinazo; ningún hombre o mujer bien nacido podría compartir su sentido de la justicia basado en los principios del liberalismo rawlsiano, en la que nadie puede pedir el máximo sino dentro de lo posible para no poner en juego la vida democrática.
Sin embargo, a la mirada cruel del pasado que no perdona detalles, ni para hundir ni para ensalzar porque buenos son los muertos precisamente porque están muertos, habría que decir a su favor que tanto él como todos los hombres que le acompañaron, eran sujetos de chaquetas holgadas.
Seguramente una parte de mi admiración por las chaquetas holgadas vendrá del recuerdo de mis abuelos y de mi padre, así como los de mi suegro. Hombres de trabajo, honestos hasta donde puedo recordar; disponibles siempre para arremangarse las chaquetas para meter las manos en el barro, más allá de sus posiciones de oficina.
Así lo recuerdan las fotos. Así lo retratan junto a sus ministros. Ahí está Silva Cima y el propio Ricardo Lagos ocupando esas viejas chaquetas holgadas tan distintas a las empaquetadas y acinturadas chaquetas de Peñailillo. Usted dirá que mi homofobia me traiciona, pero en lo personal siempre vi la figura afeminada en el mejor de los casos asexuada del ministro de Bachellet, con un poco de asco. Hirsuto cabello engominado y chaqueta ceñida por una costura invisible que parecía mantenerlo en pie y recto para no hacer notar su ascendencia.
Si. No hay duda, lo recordaré como un hombre de chaqueta amplia, acompañado de hombres que no ocultaban ni sus propósitos ni sus planes. Viejos republicanos que para bien o para mal hicieron lo que consideraron correcto y trabajaron para ello. Sus chaquetas holgadas que lejos de esconder algo no hacían sino recordar la vieja, gris y humilde vida republicana que extrañamos tanto.
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