Mientras que los diarios del mundo titulan la crisis brasileña como "El fin de una Era" para dar cuenta de la vergonzosa forma en que terminan 13 años de gobierno del Partido de los Trabajadores, los trabajadores brasileños, pobres del campo y la ciudad, siguen viviendo en la miseria de una economía que hace ya rato entró en una de las peores recesiones de su historia. Deudor neto, el estado de las cuentas públicas de Brasil no puede ser más calamitoso, quizás para recordarnos al resto de los latinoamericanos, que incluso las propuestas neokeynesianas tienen poca cabida en un capitalismo en plena faena de mudanza.
La deuda bruta del país supera ya el 70% de su Producto Interno Bruto y el desempleo se empina por sobre el 10%. Once millones de personas no encuentran hoy empleo en la economía brasileña y tres y medio millones de jóvenes brasileños representan la tasa natural de fuerza de trabajo que se integra año a año a la masa laboral aumentando las cifras de la cesantía. Al igual que en otras latitudes de nuestro continente, una parte cada vez más importante del empleo, lo constituía el empleo público, que crecía en directa correlación con el precio de sus commoditties. Tras trece años de programas sociales, muchos de ellos bien intencionados e inteligentes, la economía global terminó traicionando el deseo del P.T.
El proceso mismo de recusación a la presidenta Rouseff es un buen ejemplo de la descomposición del estado brasileño. Más de la mitad de los senadores que acusan a la presidenta de engañar al pueblo sobre el estado de las cuentas públicas -única acusación existente hasta la fecha- tienen cuentas pendientes con la justicia de su país por causas de corrupción. El Senado de la república federal, no dejó de aprobar año tras año los planes de empleo y de gasto público que finalmente ha terminado por comerse, cual Zeus, a sus propios hijos.
Los títulos de la prensa mundial expresan con agudeza el cierre de un ciclo político tan largo como el ciclo de precios de nuestros recursos naturales. A renglón seguido, todos los medios del mundo expresan la preocupación que los analistas internacionales manifiestan sobre la región. Se cierra un ciclo largo de una izquierda que llegó en tiempos de bonanza, dejando tras de sí una estela de inestabilidad regional y un futuro predecible de gobiernos de derecha que ajustarán las economías a números más reales al modo en que lo hace Macri en Argentina.
Mientras tanto la fiesta va terminando, quedan algunas lecciones para no olvidar. Desde luego los proyectos personalistas que no cuentan con amplias y estables alianzas políticas son más febles y están más expuestos a las tentaciones populistas; queda claro que las políticas de gasto del erario público que no se destinaron a crear empleo y a fortalecer los sectores de futuro de nuestras economías dejan una estela de desajuste económico y deuda pública irresoluta; una vez más se repite la crónica forma tercermundista de vincularnos con el mundo en tiempos de bonanza que nos deja en saldo cero. Se repite la vieja lección que no terminan de aprender nuestros gobiernos, no se puede gastar lo que no se tiene, menos aún en tiempos en que los gobiernos se repliegan sobre el mercado.
Apena Brasil, apena el futuro de Brasil. Los analistas más responsables no se atreven a dar muchas visiones de futuro. Quienes más conocen al Partido de los Trabajadores, auguran un fraccionamiento que de no mediar la mítica figura de Lula podría resultar catastrófico. Tanto como se ve de catástrofe en el futuro brasileño.
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