viernes, 12 de agosto de 2016 | |

Sin puntero izquierdo

No hace falta recordarnos la escasez histórica de buenos punteros izquierdos en el fútbol chileno. La prueba es que se pueden recordar para nombrar con la punta de los dedos de una mano, al pollo Veliz, a Orellana, a Bosejour. Y hasta ahí la lista, porque el matador era muy zurdo pero jugaba de centro puro, hombre de área.

La hipótesis más seria diría que simplemente no somos un país de zurdos, que no está en la mente del chileno desbordar pegado a la raya izquierda con velocidad y rupturismo para terminar jugando con alegórica generosidad un centro al área para que el ataque de centro haga lo que sabe hacer. 

Definitivamente no somos un país de zurdos. Una segunda vuelta, más profunda y futbolera, dirá que las cosas en el fútbol cambiaron hace mucho, que la ortodoxia de la formación de tres tercios en la cancha hace ratito que se dejó afuera y que las neo concepciones de un fútbol más dinámico, más egoísta y más confiado en la ruptura y aparición del talento individual que desfigura las posiciones clásicas es un hecho desde hace al menos unos treinta o cuarenta años. Los más técnicos dirán que el desborde de los laterales que se suman al ataque rompiendo esquemas llegó para quedarse y que los punteros netos son del pasado más aún los zurdos.

Quizás si es que eso es lo que no entiende todavía el partido comunista, anclado como parece estar para los modernos en el clásico cuatro tres cuatro, jugando con punteros zurdos clásicos. Burgos, en cambio, sólido aprendiz del loco, sale jugando desde atrás ocupando diestramente la derecha de la cancha con apoyo firme de un ariete de centro que acompaña la jugada, Lagos pide el centro pidiendo cancha.

Como siempre, termina el ciclo en medio de la desilusión y el descontento. Los comunistas a la banca muy probablemente saldrán entre las pifias del público que no entiende su porfiado apego al esquema de tres tercios ordenados. Nadie sabrá de las férreas discusiones internas, que entre modernos y clásicos ya se dan dentro de un partido cuya soledad no ha sido aun bien comprendida ni por él mismo.


Mientras tanto y el tiempo corre implacable sobre la grama, el marcador sigue a la baja.

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