No hace falta recordarnos la escasez
histórica de buenos punteros izquierdos en el fútbol chileno. La prueba es que
se pueden recordar para nombrar con la punta de los dedos de una mano, al pollo
Veliz, a Orellana, a Bosejour. Y hasta ahí la lista, porque el matador era muy
zurdo pero jugaba de centro puro, hombre de área.
La hipótesis más seria diría que
simplemente no somos un país de zurdos, que no está en la mente del chileno
desbordar pegado a la raya izquierda con velocidad y rupturismo para terminar
jugando con alegórica generosidad un centro al área para que el ataque de
centro haga lo que sabe hacer.
Definitivamente no somos un país de zurdos. Una
segunda vuelta, más profunda y futbolera, dirá que las cosas en el fútbol
cambiaron hace mucho, que la ortodoxia de la formación de tres tercios en la
cancha hace ratito que se dejó afuera y que las neo concepciones de un fútbol
más dinámico, más egoísta y más confiado en la ruptura y aparición del talento
individual que desfigura las posiciones clásicas es un hecho desde hace al
menos unos treinta o cuarenta años. Los más técnicos dirán que el desborde de
los laterales que se suman al ataque rompiendo esquemas llegó para quedarse y
que los punteros netos son del pasado más aún los zurdos.
Quizás si es que eso es lo que no entiende
todavía el partido comunista, anclado como parece estar para los modernos en el
clásico cuatro tres cuatro, jugando con punteros zurdos clásicos. Burgos, en
cambio, sólido aprendiz del loco, sale jugando desde atrás ocupando
diestramente la derecha de la cancha con apoyo firme de un ariete de centro que
acompaña la jugada, Lagos pide el centro pidiendo cancha.
Como siempre, termina el ciclo en medio de
la desilusión y el descontento. Los comunistas a la banca muy probablemente
saldrán entre las pifias del público que no entiende su porfiado apego al
esquema de tres tercios ordenados. Nadie sabrá de las férreas discusiones
internas, que entre modernos y clásicos ya se dan dentro de un partido cuya soledad
no ha sido aun bien comprendida ni por él mismo.
Mientras tanto y el tiempo corre implacable sobre la grama, el marcador sigue a la baja.
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