Un caracol toma más de tres segundos en percibir la luz. En ese mismo tiempo, 72 fotogramas de una película de cine han pasado por mi mente para que ella construya una escena breve, incluido el sonido que colabora a que el cerebro pueda construir una emoción alrededor de la imagen.
Eso significa que mientras que el caracol está apenas percibiendo la luz en su órgano sensorial, yo ya he visto tres segundos de una película.
Cinco coma treinta y tres segundos más tarde, la luz del sol arriba a la tierra.
Eso significa que entre la velocidad de percepción del caracol, y la de mi cerebro, se pudo haber abierto un universo de significados y realidades, que ni el caracol ni yo habremos visto jamás.
Si algo existe fuera de mí, y fuera del caracol simultáneamente, la diferencia material no es relevante ni para el caracol ni para mí, puesto que ambos hemos sobrevivido para ver llegar la luz del sol. No lo será, hasta que uno de los dos intente comprender la naturaleza de los eventos que ocurrieron entre el momento en que nuestra percepción de la luz puso en movimiento al mundo y el infinito número de eventos que ocurrió en el tiempo perdido para él y para mí.
Si una partícula con materia me atraviesa a mí y al caracol, ninguno de los dos alcanzará a verla, y mucho menos a sentirla, porque el transcurso de tiempo que toma la partícula en atravesarnos no existe para nosotros. Alternativamente, yo podría cerrar e puño y abrirlo en tantas oportunidades como pudiera en el transcurso del tiempo que toma al órgano sensor del caracol en percibir la luz, y el caracol sólo vería mi mano en la posición en que la luz le deja ver al momento de la percepción. La mano de mi cuerpo estaría abierta o cerrada para la sensación del caracol en una única oportunidad, y sin embargo, todo los acontecimientos anteriores habrían existido independientemente del caracol y su órgano sensor.
El tiempo es un enemigo implacable. Hay un mundo infinito que me he perdido.
0 comentarios:
Publicar un comentario