martes, 19 de septiembre de 2017 | |

De la Era de la Individualidad a la Era de la Longevidad

Ya no es tan original llamar a esta, la era de la Individualidad. Y es que todos y todas los y las mentes brillantes que perviven hoy en el mundo, saben que tras largos años de evolución de la cultura y la modernidad, esta es una era postmoderna cuya  característica más singular es la explosión de la individualidad.

Tras años de luchas colectivas, caracterizadas por la condición de clase primero, la pertenencia al género femenino luego, y finalmente al color de la piel, nuestra conciencia sobre los Derechos Humanos transitó desde las primeras generaciones de Derechos, hasta segundas, terceras y cuartas generaciones que incluyeron los derechos políticos, sociales y económicos. Cuando las sociedades del primer mundo vieron satisfechas buena parte de esas aspiraciones, y sin importar mucho el millón de personas que mueren de hambre hoy en India, se declaró casi como una marea irrefrenable, la aparición de un actor social casi tan diverso como líquido; casi tan heterogéneo como inacible. Se trataba de la emancipación total del individuo que buscó desde este minuto y en adelante cualquier forma de identidad, casi siempre alejado de la masa, o como diría Negri, de la multitud.

Aparecieron nuevas categorías para nombrarlos y en los ochenta y principios de los noventa se les llamó "tribus urbanas". Las personas buscaban aún parecerse a alguienes; pertenecer a alguienes. Mientras cientos de miles morían aún en primitivas guerras en Cosovo o Bosnia Herzegovina por antiguos remordimientos nacionalistas, la gente estaba disponible en el mundo de avanzada a olvidar pertenencias de todo tipo. Comenzaba lentamente a irrumpir el individuo.

Subsiste la equivocada idea de que  esta ha sido desde la Revolución Francesa una era del individuo, pero visto desde la irrupción del individuo más puro que observamos hoy, la idea se derrumba sin necesidad de más prueba que la constatación que hoy, la UNESCO reconoce más de cien tipos de género, entre quienes habitamos el planeta. La Reolución Francesa no fue sino el primer reconocimiento de una multitud que unida por aspiraciones colectivas lograba derrumbar un otro paradigma colectivo, como lo había hecho casi cien años antes Oliver Cromwell en inglaterra empujado por el capitalismo puritano.

El sujeto histórico del que hablamos para caracterizar a ésta como una sociedad del individuo, no tiene referencias de ningún tipo excepto él mismo. No alcanza su individuación para compartir grandes relatos de emancipación, excepto aquellos en que su propia y particular individuación liberada no entre en juego. Es por eso que las últimas formas más líquidas de este individuo, el reconocimiento de la mayor diversdad de géneros que nunca antes vimos, representa la vanguardia de esta época. Es por esto que ser colita ya no asusta porque la lucha homosexual está llegando a su fin.

Cuando recordemos estos tiempos en cincuenta años más (y no cien porque la rueda de la historia gira cada vez más veloz), no nos parecerá extraña la apariencia y las formas de vida que habremos visto surgir en estos días; no nos parecerá chocante la diversidad evidente y visible, porque en esos días, la lucha que la sociedad deberá enfrentar será más compleja al mismo tiempo que ás silenciosa y lacrada. Habremos transitado entonces desde la era de la individuación a la era de la longevidad.

Las sociedades se están volviendo no sólo viejas, se están volviendo lonjevas. 

Bromeo a menudo con mis alumnos, cruelmente por cierto, preguntándoles dónde creen ellos que vivirán sus padres en el futuro. La respuesta que tras escuchar sus ideas yo mismo intento explicar, es que sus padres vivirán con ellos. Hacinados, mal olientes, pobres, dotados de miserables pensiones. Porque sus padres -mi generación- pertenece a la última parte de la "generación Baby Boom", particularmente en nuestros países pobres, donde nuestras pirámdes se mantuvieron progresivas, es decir jóvenes, hasta muy entrados los sesenta. Esta generación, para la cual el pilar solidario, el reparto solidario de las utilidades socialmente producidas está prohibida porque descansa sobre los hombros de una generación -mis hijos- que aún está a medio camino de un capitalismo de ultra tecnología y que no alcanza a dar empleo de calidad a todos ellos, vivirá de sus exiguos ahorros.

Viviremos además en un mundo muy distinto. Dificilmente apropiable para una generacón que como la mía, sólo envió a 17 de cada cien de nosotros a la universidad, y que creció en un mundo en transición desde un capitalismo industrial a uno financiero y globalizado. Viviremos viendo morir viejos y pobres a cientos de miles, millones de hombres y mujeres que no cuentan con las expertices ni las habilidades de sobrevvir en un mundo más abierto, más heterogéneo, más líquido, más tecnologizado y robótico incluso que los ya viejos libros de Asimov.

No es una maa idea irse preparando para transitar de la Era del individuo a la era de la longevidad.

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