viernes, 6 de julio de 2018 | |

Guerra comercial, el inicio de la nueva globalización

Hace algunos meses y a condición de las primeras amenazas que el presidente Trump hiciera al comercio global, escribí que cualquiera que pensara que este era el fin de la globalización se equivocaba. Señalé que ante la evidente transformación en el modo de producir riqueza de las economías más desarrolladas, la globalización, tal y como la conocíamos, debía transformarse para acompasar esas transformaciones. Señalé del mismo modo que el nuevo modelo globalizador estaría marcado por una fase militarizada y por una declarada pugna por los recursos naturales.

A mi juicio hemos visto desplegarse los primeros actos de ese nuevo escenario. Ha comenzado la guerra comercial que tanto anunciara el presidente del país más poderoso de la tierra. El único con capacidad de movilizar tropas de asalto a cualquier lugar del mundo, con el armamento más sofisticado del mundo, con la armada más poderosa del mundo, única que cuenta con portaaviones en todos los mares del mundo.

Es evidente que la intención de Trump es fortalecer el aparato productivo doméstico, para asegurar que la devaluación que realizó hace casi un año, se acompañe ahora de un aumento de inversión y producción en lo que se llama tan eufemísticamente la "economía real". Aquella que produce bienes de consumo finales e intermedios, aquella que produce más empleo que cualquier banco en el mundo, la única capaz de dar balance a las políticas de la Reserva Federal y detener toda posibilidad de inflación y detención del crecimiento económico, alejando así la sombra de una depresión. SI alguien quisiera entender el proceso contrario, lo manifiesto únicamente con fines pedagógicos, bastaría con estudiar el proceso actual de la economía Argentina que camina aceleradamente en el sentido contrario.

Trump pretende imponer nuevas reglas en el comercio mundial. Única forma de combatir el déficit de balanza comercial y de pago que los americanos arrastran hace décadas gracias a las asimetrías del comercio mundial. De paso, espera integrar la cadena global de valor de las empresas norteamericanas, y muy probablemente desplazar el desempleo hacia la producción local de insumos que reemplazarán a las cadenas externas de valor en la producción de bienes de consumo final e intermedio, recuperando así empleo y combatiendo el dumping laboral chino.

Hablemos ahora en simple y ocupemos el ejemplo más arquetípico, las motos Harley Davidson. Ellas son un ícono de la cultura norteamericana. Como olvidar a Peter Fonda en su Harley en la película Easy Rider de 1969. El cowboy moderno sobre las asfaltadas rutas del oeste americano. Pues bien, más del 40% de las motos Harley Davidson se fabrica fuera de los Estados Unidos, buena parte en China. De hecho si el lector quisiera comprarse una moto completamente hecha en Estados Unidos, tendría que pagar más de 34 mil dólares por ella, como mínimo.

Cada una de las partes que se fabrican fuera de los Estados Unidos, constituyen la Cadena Global de Valor de una motocicleta que desde luego se construyó con el objeto de bajar el valor de la moto para el productor y aumentar así el margen de su ganancia. La globalización fue eficiente en ello y construyó cadenas de valor global a través del sistema de "outsourcing" prácticamente para toda la industria norteamericana. Ello hizo que importantes inversionistas norteamericanos se incorporaran a la producción en Asia, China incluida, aprovechando el casi infinitamente elástico mercado laboral. De esto último conocemos los escabrosos detalles de fábricas donde mujeres trabajan encerradas siete días de la semana durmiendo bajo sus máquinas de cocer, o de niños que cosen con sus delicadas manos balones de fútbol de prestigiosas marcas.

La administración norteamericana espera que las partes de Harley Davidson hechas afuera, ingresen a un valor tan alto, que los recursos ociosos se desplacen en la economía doméstica, hacia su producción a más bajo precio, recuperando con ello empleo. Esa es entre otras, la razón por la que rebaja impuestos a la empresa local, esperando que aumenten la inversión dentro de su país.

La guerra de Harley Davidson, buen nombre para la historia, no termina ahí. Trump amenaza con mayores impuestos para las empresas que salgan del país con el objeto de rodear la respuesta europea y china de la guerra comercial.

Hasta ahora, cerca de 34 mil millones de dólares se están castigando mutuamente China y Estados Unidos. Trump amenaza con llegar hasta los 50 mil millones en impuestos a cientos de productos chinos que inundaban el mercado norteamericano bajo la forma de cadena de valor global. De paso, incorpora en esta guerra a Europa, exigiendo que el impuesto a los autos americanos se rebaje a cero, so pena de imponer aún más altos impuestos a los autos europeos que ingresan a su país. 

Trump descubrió como agitar el sentimiento de la clase trabajadora blanca norteamericana, la gran perdedora del circuito de valor global que perdió miles de empleos en su país. Un ejemplo triste del abandono de la industria norteamericana es sin duda la ciudad de Detroit hoy en estado de quiebra. Su popularidad es baja sólo entre los circuitos educados de la izquierda urbana norteamericana pero sigue al alza en los estados de centro su mayoritariamente blancos y golpeados por el proceso de globalización. Su discurso xenófobo causa más simpatías que antipatías, incluyendo el febril muro en la frontera mexicana.

Sin embargo, la economía guarda muchos secretos, cual iniciática ciencia. Uno de ellos lo sabemos bien los chilenos. Los recursos productivos no giran de un sector a otro, ni los recursos ociosos se utilizan con la misma facilidad o productividad de un sector a otro. Todo traslado causa perdidas brutales de empleo y sus re adecuaciones pueden tomar años. Así ocurrió cuando la dictadura intentó modernizar a la economía chilena demoliendo su industria local para trasladar recursos ociosos a la producción de bienes con ventajas comparativas como la fruta y el salmón. Ni los obreros industriales eran hábiles campesinos, ni la burguesía industrial productiva entendía de salmones. ¿Está la economía norteamericana perparada para un giro y reemplazar la cadena globalizada de valor por una cadena doméstica? ¿Existen las habilidades en el proletariado norteamericano? ¿Puede producir a un precio competitivo para incluir valor doméstico a la Harley Davidson o invariablemente deberemos ver volar el precio de cada moto?

Esas mismas preguntas aguardan al mundo subdesarrollado: ¿Está Chile preparado para resistir los embates de una globalización que tiende a cerrarse? ¿Que pasará con el valor de los bienes importados desde USA? ¿Tienen sus días contados los empresarios chilenos en China? ¿Acabará el dólar subiendo su valor o seguirá desplomándose? 

Por de pronto, espero sentado en la verma del seco Antofagasta: ¿hasta dónde escalará la guerra comercial? Si mi hipótesis inicial es correcta, debiera concluir en una guerra que enterrará por otros cien años el sueño chino tal y como lo hizo Inglaterra en el siglo XIX. 



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